El Comité para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural, que se reúne estos días en Bogotá (Colombia), la ha incorporado a la exclusiva lista.
«Estamos al 95% seguros de que será un sí», afirmaba anoche Pilar Campillejo, historiadora y secretaria de la asociación Tierras de Cerámica. Atendió el teléfono desde el taller donde se reunían artesanos y ciudadanos de Talavera de la Reina (Toledo) para seguir en streaming la convención en la que se falló que la técnica artesana de cinco siglos de antigüedad con la que se trabaja tradicionalmente la cerámica de Talavera se inscribe o no en la lista de patrimonio cultural inmaterial de la Unesco. «Será seguramente entre las 20.30 horas española, cuando comienza la sesión de la tarde, y las doce de la noche», avanza, «y, de confirmarse, sería la primera artesanía española en entrar en ser declarada [hasta ahora hay 18 elementos en la lista, entre ellos, los patios andaluces o las Fallas de Valencia].
Finalmente, se confirmó. Fue la última etapa de un largo recorrido que ha durado casi siete años y que comenzó gracias al impulso de Elena Rueda, coordinadora de Tierras de Cerámica, que en 2013 comenzó a preocuparse por la situación de la industria artesana en la ciudad toledana, donde la cerámica había sido el pilar de la economía local y tras varias crisis empezaba a quedar como algo anecdótico. Durante este tiempo, la asociación formada por vecinos de Talavera y El Puente del Arzobispo ha realizado un importante trabajo de documentación que llevó, como primer gran paso, a la declaración en España de la cerámica de Talavera como Patrimonio Cultural Intangible.
La técnica de la cerámica de Talavera, que se aplica exactamente igual en El Puente del Arzobispo y en Puebla de Zaragoza (México) —las tres patas impulsoras de la candidatura—, se mantiene intacta desde el siglo XVI. «Solamente se han modificado algunos materiales que se utilizaban antiguamente pero que hoy están prohibidos, como el plomo, el cadmio o el uranio», explica Ana Fernández Pecci, socia de Centro Cerámico de Talavera. «Se han sustituido por otros, pero el proceso de trabajo y el resultado son los mismos».
El taller que montó en 1992 junto a Juan Carlos Albarrán Montealegre y Ramón González Colilla —»tres incautos recién graduados en cerámica», según se describen en su página web— lleva a cabo un interesante trabajo de actualización de diseños y aplicaciones de la cerámica. «Por ejemplo, hacemos calaveras y piezas únicas que trabajamos con diseñadores. Colaboran con nombres como Abe the Ape, Guille García-Hoz o Rubenimichi. «También comercializamos la obra del artista Aitor Saraiba e hicimos la colección de objetos de decoración de la diseñadora de moda Ana Locking. Actualmente estamos trabajando en un proyecto con la tatuadora Iria Alcojor».
Belén de la Cal, empresaria de la cerámica de quinta generación en El Puente del Arzobispo, cuenta en qué consiste la técnica que la hace tan especial y que implica un proceso de alrededor un mes de trabajo. «La arcilla que se utiliza para las piezas sale del barro de las canteras a orillas del Tajo. Antes se pisaba el barro y se eliminaban las impurezas de forma manual, ahora se le saca el aire con máquinas de vacío y hay un proveedor que entrega a los talleres las pastillas de barro listo para ser utilizado», explica, «aunque hay barreros, como llamamos a las personas que trabajan la pieza en el torno, que prefieren amasarlo ellos primero». Después, se cuece a 1.110 ºC. De este paso sale lo que llaman «el bizcocho», «una pieza con un sonido más acampanado, pero con la superficie aún porosa, que si se llenara de agua se desharía».
Se deja secar muy despacio antes de sumergirla en un esmalte vítreo que será el color del fondo sobre el que trabajarán los pintores. «En Puente usamos el verde y en Talavera el azul cobalto». Por último, la pieza regresa al horno a unos 950 ºC y de esta manera queda fijado el color durante siglos.
Aunque el uso de la cerámica en Talavera es anterior al siglo XVI —quizá de la época romana— fue entonces cuando «el rey Felipe II trajo al maestro Jan Floris, un muralista flamenco especializado en trabajar este material», cuenta el diseñador Tomás Alía, desde hace tres años embajador de la cerámica de Talavera y Puente del Arzobispo. «El monarca prescribió el uso del granito y de la cerámica de Talavera para la obra de El Escorial», en la que se emplearon maestros de la época como Juan Fernández.
El gran impulso a la industria lo dio quizá su sucesor «Felipe III, quien aprobó una ley en 1601 que prohibía «colgaduras y aderezos de casa, de brocados y telas, bordados en oro y plata, así como joyas, oro y piezas de plata». La nobleza tuvo que deshacerse de sus abundantes vajillas de oro y plata y sustituirlos por otras de cerámica. «Los encargos para la corte y la iglesia, no solo en la península, sino allí donde se extendía el imperio español dispararon la demanda».
La familia Gaitán, procedente de Talavera, emigró a Puebla de Zaragoza, en México, y consigo se llevó esta técnica centenaria que allí llaman «cerámica de talavera». Los motivos y colores de los tres puntos calientes de la cerámica han evolucionado con las distintas influencias culturales, pero les une el proceso de fabricación, único en el mundo y totalmente manual.
Fernández Pecci cuenta que nunca había tenido la cerámica de Talavera una crisis parecida a las dos sufridas desde los años sesenta. Entonces, «los talleres comenzaron a pagar las cotizaciones de la Seguridad Social de sus trabajadores, lo que elevó mucho los costes de producción e hizo que el negocio dejara de ser rentable». Hubo un repunte en los años ochenta, explica, por la proliferación de souvenirs que se vendían en la costa, «pero la crisis económica de 2012 ha sido la puntilla. Antes había grandes fábricas con entre 30 y 50 trabajadores; ahora quedan unas diez y la más grande llega a cinco empleados».
De la Cal ha visto la evolución en primera fila: «Si en la época de mi padre había en Puente entre 80 y 100 grandes talleres, ahora hay 20». Ella señala a China. «Yo vendo un azucarero a entre 6 y 8 euros y los chinos lo ponen a 2. Nos han dejado abandonados y ahora tenemos que trabajar como si fuéramos grandes empresas de producción en serie, cuando nosotros somos talleres artesanos». Aunque reconoce que quizá les ha faltado marketing, «como el que supo hacer el maestro Ruiz de Luna en Talavera y en Puente, Pedro de la Cal, el hermano de mi abuelo, que junto a un obrero de Ruiz de Luna, Francisco Arroyo, impulsó el trabajo cerámico aquí».
Alfredo Ruiz de Luna fue el autor de la señalética de las calles de Madrid, en cuyo tipo de letra hecho a mano se inspiró el ayuntamiento de Carmena para elaborar la tipografía Chulapa. Pero también fue «un nombre destacado en el movimiento historicista, que como hizo Sorolla en el pueblo de Lagartera, en Toledo [donde pintó el traje regional en Tipos de Lagartera o Novia lagarterana], ayudó a impulsar las artesanías locales y llevó la cerámica a grandes edificios de la Gran Vía madrileña», destaca Alía.
Todos esperan que este reconocimiento de la Unesco ayude ahora a poner la cerámica de nuevo en el mapa y a asegurar un relevo generacional que hoy está en el aire. «Es la principal preocupación de los artesanos de la zona», señala Campillejo. En el estudio de De la Cal trabajan los pintores que empezaron con su abuelo cuando tenían 12 años. «Ahora tienen 56 y 57 años y no sabemos qué será después. Antes, los padres enviaban a sus hijos a aprender el oficio después de la escuela. Yo aprendí también con 12 años. Al principio no me dejaban sentarme, decían que iba a estropear las piezas. Este es un oficio que no se aprende en un cursillo».
«La candidatura tiene dos grandes fortalezas», defendió Campillejo en declaraciones facilitadas antes de conocer el fallo final: «Por un lado, proviene directamente de la ciudadanía. Este es un punto que se valora especialmente en la Unesco, que se trate de un elemento que sea reconocido por el pueblo, y en nuestro caso es algo que representa nuestra identidad. Por otra parte, se trata de una candidatura que implica no solo a dos países, sino a dos continente. Hay muy pocos elementos que hayan sobrevivido de forma intacta en dos extremos del mundo».