«Leyenda de los músicos del Tentzo», cuentan los pobladores de aquella región la aventura corrida por un grupo de músicos, quienes se dedicaban a amenizar bodas, fiestas de quince años, bautizos y cuanta celebración alegrara las vidas de los pueblos de la zona.
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Precisamente fue con motivo de un casamiento que el grupo de don Ruperto, el líder de la banda, fue contratado para hinchar el ambiente del festejo con sus sones, dianas y huapangos. Así, muy temprano, los músicos salieron de sus casas, pues debían cruzar varias rancherías y campos saturados de vegetación para llegar adonde se realizaría el baile.
Poco antes de llegar, a eso del mediodía, don Ruperto advirtió cómo desde la punta del cerro de Tentzo (tras el cual se festejaría la boda) se acercaba hacia ellos un jinete de buen porte.
Cuando se hallaron a unos pasos de él, la banda notó la elegante estampa de su caballo prieto así como la evidente delicadeza del traje del jinete. Éste les preguntó a dónde se dirigían.
—Pues al otro lado del cerro, a tocar a una boda —contestó don Ruperto.
—Bueno, si me acompañan a mi fiesta les pagaré el doble pa’ que la amenicen.
Ruperto volteó a ver a sus compañeros, quienes, emocionados, asintieron con la cabeza. Así, siguieron al jinete por una vereda un tanto oculta por los matorrales. Al poco tiempo, músicos y jinete arribaron a una casa con un portón enorme. Luego de cruzarlo, el violinista pidió que comenzaran sin él, pues los alcanzaría luego de pasar al baño. Entonces, el resto de la banda se instaló en un largo salón y comenzó a tocar en lo que parecía una boda de gente adinerada.
Hombres y mujeres iniciaron el baile, fascinados por el ritmo de la tambora, la trompeta, la guitarra y la tarola. Luego de tres o cuatro piezas, el violinista se apareció, bastante espantado. Al verlo, Ruperto le preguntó sobre la causa de ello.
— ¿Qué no le han visto los pies a las parejas? —contestó el músico.
—No. ¿Qué tienen?
—Las mujeres traen patas de burro. Los hombres no, pero ellas sí.
—‘Tas loco.
En ese momento se apareció el jinete que los condujo hasta allí, dispuesto a pagarles. Luego de recibir el dinero, los músicos, ya completos, se dispusieron a tocar la última pieza de la tarde. Más cuando el violinista comenzó la melodía, todo el escenario se convirtió en una cueva rodeada de enormes piedras (seguramente porque el violín y su arco, al formar una cruz, rompieron el hechizo).
Entonces la banda aceleró con todas sus fuerzas hacia la salida, la cual brillaba a lo lejos del túnel. No pararon de correr hasta el llamado Puente de Dios, temerosos de quedar encantados para siempre en las entrañas del cerro.
Una vez a salvo, los músicos decidieron repartirse el dinero para poder irse a quitar el susto a la cantina de su pueblo. Pero al deshacer el nudo del paliacate donde habían guardado lo que les dio el jinete, no hallaron ni siquiera diez centavos. Sólo les restó caminar cabizbajos de regreso a casa, mientras a sus espaldas el cerro de Tentzo se sumergía en las sombras del anochecer.
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