Silvia Oviedo
En el Cartagena XIV Festival de Música los talleres de lutería de instrumentos no convencionales cautivan a los asistentes, quienes se dejan guiar por la sabiduría de maestros como Rafael Castro y Jeiver Rodríguez, de Los Gaiteros de San Jacinto.
“Vengo a cantarles contento,
cómo se hace una gaita,
porque mi pueblo dio el taita,
de este famoso instrumento.
A la vez también les cuento,
en esta composición,
toda la elaboración,
de tambores y maracas,
porque esta es la eterna placa,
de mi bella población”.
Así le canta Rafael Castro a la gaita que sostiene con firme delicadeza en sus manos de gaitero, mientras explica ante un grupo de apasionados de la música folclórica por qué es importante para un músico tradicional hacer sus propios instrumentos. “Hago los instrumentos pa acompañar el canto… Cuando tú eres músico y haces tus propios instrumentos, tienes más interés por la música. La entiendes más, te enamoras más”.
Consecuente con sus palabras, compone sus letras mientras talla la maleable madera de carito con la que les enseña a algunos jóvenes asistentes a uno de los talleres de instrumento no convencionales del Cartagena XIV Festival de Música a construir una tambora típica de San Jacinto; de esas que, con los materiales más simples y los músicos más humildes, han hecho retumbar las paredes más finas de lustrosos teatros y estremecido las amalgamas de públicos que los han escuchado en diversas latitudes.
Como enamorado de la vida, Castro le canta a lo bello, a lo sencillo, a su tierra, a las mujeres, a las tamboras, a las gaitas y a las maracas. Porque uno se enamora de lo que hace y a eso le canta, dice la voz de Los Gaiteros de San Jacinto, en medio de los sonidos de palos de cactus que emergen por primera vez al mundo como un esbozo de gaita, al otro lado del patio de la Universidad de Cartagena, donde mujeres y hombres, entre los 7 y 70 años, se aventuran a construir su instrumento, guiados por este grupo de destacados músicos típicos.
El principal objetivo de este taller de construcción de gaitas y tamboras promovido por la Fundación Salvi es ayudar a sus asistentes a ser gaiteros de corazón, como dijo la directora de talleres de lutería de la entidad, Diana Arévalo, en su bienvenida al grupo.
Los Gaiteros de San Jacinto también son reconocidos por la labor de difusión de la cultura desde hace años. Por ejemplo, Manuel Antonio García Caro, quien este 16 de enero cumple 90 años, pasó su conocimiento en construcción de gaitas a Jeiver Rodríguez, un integrante del grupo que se enamoró de la gaita a sus 8 años y no ha parado desde entonces de vibrar con los sonidos tradicionales de su tierra. Hoy Jeiver se encuentra bajo el sol, protegido por su sombrero vueltiao, transmitiendo a los asistentes del taller, que se realiza entre el 5 y 9 de enero, los conocimientos que le legó su maestro.
Al compás de un ritmo heredado por sus ancestros, pule y lija los troncos del cactus de tres puntas de donde surgen las gaitas, con la motricidad fina de quien ama lo que hace y la precisión de quién conoce su oficio. Para este lutier típico su labor es maravillosa, porque es tradición, es un puente con la cultura sinú, con los relatos de los abuelos que se van contando mientras los instrumentos van tomando forma. Una vez pulido el bejuco, lo sopla, le saca tres o cinco tonos y confirma que es buen material para una gaita.
“Nosotros hacemos música típica porque todo es de aquí y todo lo hacemos nosotros”, enfatiza el maestro Castro cuando cuenta el proceso de construcción de un instrumento. Para esta última, dice que lo importante es que la madera no sea muy dura. Originalmente se hacía del árbol de banco, muy noble para trabajar, pero ya no lo hay y entonces se han empezado a utilizar otras especies como el carito, el caracolí y la ceiba. Pero el sonido a tradición y raíces no depende de la madera, sino del cuero. El de chivo y venado logran un retumbar perfecto para marcar el paso de una “Maestranza” o “Fuego de Cumbia”, pero el de vaca se torna inútil para acompañar estas armonías. Si este fino cuero se acompaña del golpe de palos de guácimo, suena como un tambor propio de San Jacinto. De igual forma, “el alambre” que une estos dos elementos se logra con la unión de un flexible bejuco y de cabuya de maguey, todos obtenidos de los Montes de María.
El banco no es la única especie para la construcción de instrumentos caribeños que ha tenido que ser reemplazada por otras a causa de su escasez. Las boquillas típicas de las gaitas eran de pluma de pato.
Su casi desaparición en la zona ha llevado a construirlas a partir de las tapas de aguja de jeringa. Afortunadamente, el corazón de este canal de viento sigue creciendo a orillas de los ríos y la ciénaga. Pero no sirve cualquiera. Primero hay que fijarse que sea de tres puntas, porque el cactus de cinco es sensible, se reseca y se parte, dice Rodríguez al grupo que lo rodea. Después de comprobar la viabilidad del bejuco, el maestro empieza a hacer el cabezal con una pasta lograda a partir de cera de abejas y carbón vegetal molido.
Finalmente, dibuja los orificios que darán las notas del instrumento: cinco para la gaita hembra, que lleva el ritmo, y dos para el macho, que la acompaña.
Así, entre medidas, pruebas de sonido, golpes de maceta y cortes de machete transcurre la primera jornada de un taller que deleita los oídos de los participantes que tienen el privilegio de aprender a construir e interpretar los instrumentos típicos colombianos, de la mano de estos referentes de la cultura caribeña, que con la sencillez del campesino pulen, lijan, golpean, perforan, barnizan y tocan maravillosas armonías que resuenan en el corazón de los colombianos.